Según Vilma Bustos, todos tenemos traumas.
Desde esta perspectiva, es el sistema nervioso el que recibe el impacto de los eventos traumáticos, alojándolos para la posteridad.
Los traumas pueden ser desde pequeños ruidos que escucha un bebé y que lo sobresalta, a situaciones emocionales extremas vividas a los largo de la niñez como negligencia parental, caídas, cirugías, presenciar violencia—incluyendo la televisión—, abuso sexual, bullying, accidentes, experiencias de desastres naturales, etc.
¿Qué entendemos por trauma?
El trauma es una realidad en nuestras vidas, algo mucho más frecuente y común de lo que puede parecer.
Su raíz etimológica proviene del griego, y significa “herida”.
Tradicionalmente se lo considera como la consecuencia derivada de un evento, que genera desórdenes psíquicos o físicos que afectan al nivel de calidad de nuestras vidas.
Sin embargo, un trauma no es una condena de por vida.
El trauma emocional es una «herida psicológica» que puede ser provocada por situaciones diversas, generalmente extraordinarias, inquietantes, abrumadoras y perturbadoras, que van más allá de las experiencias usuales.
Estas situaciones altamente estresantes englobarían desde grandes desastres naturales, guerras, accidentes, abusos…, “graves amenazas a la vida o a la integridad física, amenazas verdaderas o daños a los hijos, cónyuge, familiares, amigos; destrucción súbita del hogar, de la comunidad; presenciar la muerte o heridas graves de otra persona como resultado de un accidente o de un acto de violencia física”. (DSM-5)
También puede llegar a abarcar experiencias aparentemente de menor trascendencia, tales como: una operación, una caída, un castigo, enfermedades graves, desprotección, humillaciones, cambio de roles en la familia, migración a otra ciudad o país… que también pueden ser vivenciadas de forma traumática.
“Vivimos sin saber que nuestros traumas gobiernan nuestra vida.”
Sandra Barneda
De hecho, no es tanto la dimensión del evento en sí mismo lo que determina el daño producido, sino que sus efectos dependerán, además, de cada persona, de su historia y de su entorno afectivo, del momento evolutivo en el que se haya producido y de su reiteración a lo largo del tiempo.
Cuando el trauma es tan grande que el cerebro ‘se desconecta’ para sobrevivir
Cuando todo discurre con normalidad, nuestro cerebro es el mayor “superordenador” sobre la tierra.
Una compleja red de alrededor de 100 mil millones de neuronas, que no sólo es genial para procesar y organizar la información, sino que también es muy, muy rápida.
Cada segundo, entre 18 y 640 billones de impulsos eléctricos pasan por el cerebro.
Se codifican y “almacenan” cuidadosamente los recuerdos y experiencias, configurando un mosaico único de la persona.
¿Pero qué sucede cuando un “shock” perturba este sistema?
Imaginen que el cerebro es como un ordenador que contiene toda la información, experiencias y memorias de su vida recogidas, organizadas y procesadas en carpetas.
Pero, cuando un suceso nos sobrepasa, las experiencias vividas quedan almacenadas en otras redes de memoria distintas.
Para protegernos, nuestro cerebro suele esconder las experiencias traumáticas que nos afectan.
Los recuerdos relacionados con la experiencia negativa abrumadora han quedado bloqueados y fragmentados, como si se hubiesen congelado, aislados del resto de carpetas organizadas.
Es una medida de defensa conocida, especialmente ante experiencias terribles.
Ocurre con estos recuerdos que no hemos tenido la oportunidad de procesar, ya que nuestro cerebro nos ha querido ayudar apartándolos de nuestro día a día, porque en el caso contrario nos generaría una emoción muy intensa difícil de soportar.
De esta forma, nuestra percepción vuelve a la normalidad y podemos tratar de hacer una vida normal, sin temer constantemente a que vuelva ocurrir esa experiencia.
una vida normal, sin temer constantemente a que vuelva ocurrir esa experiencia.
Pero las experiencias traumáticas escondidas en lo más profundo de nuestra memoria pueden ocasionar graves desórdenes con el tiempo.
En ocasiones, estos recuerdos enterrados disparan otros problemas, fobias y disociaciones capaces de generar nuevos conflictos en nuestra vida.
¿Es positivo este bloqueo?
Hay que tener en cuenta que no siempre somos capaces de recordar todo lo que nos ha pasado a lo largo de nuestras vidas, a veces memorias sobre hechos traumáticos quedan olvidadas o fragmentadas.
Que nuestro cerebro nos proteja puede ser muy ventajoso, ya que nos deja libre de sufrimiento y nos permite continuar con nuestra vida.
Sin embargo, tenemos que apuntar que no siempre es así, especialmente a largo plazo, puesto que ‘apartar’ no es olvidar por completo ni impedir que una experiencia nos influya.
Hablamos de un hecho real sin procesar, es decir, un episodio importante al que no le hemos dado sentido y al que no hemos integrado de una manera positiva y coherente en nuestra biografía particular.
“Una vez que el trauma está bajo control, el miedo es de poca utilidad y disminuye”.
Martin Seligman
Como hemos visto, esta protección automática de nuestro cerebro nos puede ayudar o perjudicar.
Cuando alguien ha vivido episodios de abuso físico o emocional, o no ha recibido los cuidados necesarios por parte de sus figuras de apego, es posible que más adelante sufra secuelas psicológicas.
Lo más probable es que en algún momento dado, estas experiencias serán activadas por un estímulo disparador, es decir, una nueva experiencia o situación que nos hace re- experimentar lo ocurrido anteriormente de manera inconsciente, y todo sale a la luz.
A veces son pequeñeces que no podemos controlar pero que nos hacen sentir como si realmente estuviésemos reviviendo aquel momento.
Los síntomas del trauma no son causados por el evento amenazador en sí, sino por la energía activada y no liberada.
Aparecen así, la ansiedad, insomnio, cansancio, alerta excesiva, etc.
“La experiencia es una de las causas del éxito o fracaso. No sufrimos el impacto de nuestras experiencias, llamadas traumas, sino que las adaptamos a nuestros propósitos.”
Alfred Adler
El trauma no está solo «en la cabeza»
El trauma deja una huella física y real en el cuerpo, afectando a los procesos de “almacenamiento” de la memoria y cambiando el cerebro.
Los traumas que no han sido tratados pueden tener un gran impacto en la salud futura. Las reacciones emocionales y físicas que desencadenan pueden predisponer a sufrir graves problemas de salud, como ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares, obesidad, diabetes y cáncer, según una investigación de la Facultad de Medicina de Harvard.
Aparentemente, el superviviente de un trauma puede parecer “completo” y sano, pero el trauma puede supurar como una herida invisible, y debilitar las defensas del cuerpo hasta que se manifiesta en forma de enfermedad.
La buena noticia es que los traumas del pasado no tienen por qué afectar de por vida.
Para Vilma, «Lo que se rompió en un segundo, puede llevar mucho tiempo repararlo. La buena noticia es que todo se puede reparar y esto permite una vida más plena y consciente.»
«Aunque el mundo está lleno de sufrimiento, también está lleno de superación«.
Helen Keller
Es un problema que puede tratarse y existe la posibilidad de pedir ayuda.
Las terapias pueden ayudar a desbloquear o procesar las memorias traumáticas, liberándolas.
Cuando la memoria traumática se “reintegra” en la mente, el cerebro puede comenzar a sanar.
Para contactar a Vilma Bustos y saber más sobre sus terapias lo puedes hacer aquí
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