¡Cómo me gustan las caminatas en esta época! El otoño es suave y melancólico. Es la esencia crepuscular que representa un agradable atardecer, sin la noche y el esplendor del día.
Hoy nuevamente salí a caminar en la mañana con la esperanza de convertir este ejercicio en una rutina que perdure en el tiempo. Siempre por el mismo barrio, pero variando la ruta para así descubrir nuevas calles por las cuales no suelo transitar. Estaba con un poco de neblina, muy frío y húmedo, a diferencia de ayer que sí hizo calor. Esta luminosidad hacía que los colores de las hojas se vieran aún más intensos. Durante el trayecto, tras unos 20 minutos y sintiendo crujir las hojas, vi árboles que se alteraban en una combinación perfecta de colores según su especie, como si alguien lo hubiese planeado a la perfección. Desde los Gynkos con sus hojas amarillas intensas, los Tuliperos, Encinas, Robles y Liquidambars con sus tonos oro viejo, amarillo antiguo, ocres, naranjos y cafés en todos sus tonos y todas las mezclas, hacían una fiesta visual para cualquiera.
El otoño es la estación meditativa. Nos hace pensar en ideas filosóficas, engendradas en los espacios que dejan en el alma las ilusiones que se van. ¿Qué hace que existan hojas que se sueltan sin problema y otras que se aferran con su vida a la rama? Cuando las hojas caen de las ramas estas pierden sus tonos, su fuente de calor, su belleza: quedan desnudos.
¿Cuántas veces no hemos mirado a esa única hoja que falta por caer sabiendo que se tiene que dar por vencida y soltar porque ese es su destino? Y es en esa reflexión, la de soltar, donde reconozco ese sentimiento de pérdida que, aunque es triste, también puede ser una fuente de belleza. Hay amigos que ya no están porque han seguido su camino o porque se han ido lejos y dejan atrás un vacío que duele. Sin embargo, cuando anticipamos la pérdida y luego el duelo de esa partida, existe un tiempo donde las hojas están en el limbo. Es justo antes de que algo se pierda para siempre, que debemos tomarnos el tiempo para notar lo que tenemos y no lo que estamos a punto de perder. Debemos concentrarnos en las cosas buenas, enumerarlas en nuestra mente, escribirlas o fotografiarlas para capturar esos momentos y registrarlos para la posteridad.
¿Qué hace que las hojas cambien de color? ¿Será igual a la fruta que madura, que también va cambiando de color hasta que está tan madura que se desprende de la rama? Porque estas hojas no están marchitas, solo han cambiado de tono y caen de las ramas a la realidad del suelo, palpan una voluptuosa madurez, que no es vejez ni juventud. Y, cuando esas hojas caen a la tierra, si las dejáramos ahí, sin esa frenética manía de ver todo limpio y ordenado, ¿acaso no se convertirán en abono para el mismo árbol?
Sigo caminando… sigo viendo árboles. Todos distintos, no hay un patrón. Unos aun llenos de hojas, otros como en fiesta por la diversidad de colores , otros de un solo color queriendo ser protagonistas del paisaje, otros ya desnudos. ¿Me están invitando a jugar?
Si yo fuera árbol:
¿Cómo serían mis hojas?
¿Cuáles son las hojas que debiera soltar esta temporada?
¿Cuáles de estas hojas están listas, cuáles necesitan de más tiempo y cuáles son las que se aferran a mí?
Porque soltar hojas no quiere decir olvidarlas; al contrario, las suelto para volver a integrarlas a mí, solo que esta vez serán abono que permitirá seguir creciendo y avanzar.
Sal, te invito a mirar las hojas ahora antes de que sea demasiado tarde.
Sin duda que es un relato hermoso y me hizo prolongar mis pensamientos de la caminata ahora que ya estoy acostada. También ví esos colores, también no me he querido soltar. Bello.
Gracias por leernos. El tiempo de soltar solo vendrá cuando sea el momento perfecto